jueves, 20 de noviembre de 2008

Basado en hechos reales

Él había estado cinco minutos dando vueltas en el restaurante buscando una silla, sólo le faltaba una. Y tras ocho preguntas fallidas la consiguió y cargó con ella hasta su mesa. Él es director de una fábrica de chocolatinas y sueños y tiene muchos empleados.

Ella no tenía silla. Trabajaba en la sección de sueños bonitos de la fábrica y había acudido a un restaurante a comer. Su jefe sí la tenía, pero no la usaba, porque estaba en… digamos, la máquina de tabaco. Ella tiene nombre de virgen. Él… de él sólo diremos que a veces es un poco fea. Ella se aproximaba a por una silla vacía, que no sabía que tenía dueño. El director estaba intentado que el señor que estaba en la máquina de tabaco le atendiese. Pero era una hora en la que la máquina estaba llena de gente, todo el mundo tenía cosas que hacer en ella.

La chica con nombre de virgen cogió la silla y se marchó rápidamente hacia dónde la esperaba un grupo de amigos. Él seguía extasiado en alguna conversación magnífica con unos señores de corbata y traje. De estos que, cuando pasan, son como de una elegancia superior. Los amigos se reían. Se reían mucho. Ella se asustó y preguntó con cara de extrañada “¿qué estoy haciendo?”. Las risas seguían cuando ella llegó. No la separaban más de diez metros de donde había cogido la silla, y no más de doce de dónde estaba él con la máquina de tabaco.

Al ver que las risas no cesaban su cara pasó de extrañada a crispada. “¿Qué he hecho? ¿de qué os reís?” preguntó ella. Él aún no había reparado en su silla robada. Se lo contaron: “Es la silla del director de la fábrica de chocolatinas y sueños” le dijo uno de sus amigos. Ella cambió su expresión por una mezcla de desesperación y “la he cacao”. “¡Déjame pasar!” le gritaba al amigo que le cortaba el paso “no quiero perder mi empleo. ¡Vosotros os reís porque no es vuestro jefe!”. Uno que trabajaba en la sección de chocolatinas blancas le dijo: “También es mi jefe. Pero con el rato que estoy pasando me da igual perder mi trabajo”.

Por fin se dio la vuelta. Miró a su mesa y se extraño. “Hubiera jurado que antes había aquí…”, alzó la vista. Pero sólo vio a un grupo, en el que había algunos empleados, mirando hacia donde él estaba. Nada más. Ni rastro de su silla perdida. Se fue de ahí a buscar otra silla. Otros cinco minutos, diez preguntas más. La undécima obtiene el resultado esperado.

Ella comenzó a degustar su comida y casi muere en dos ocasiones por ahogamiento con un trozo de lechuga. Es el precio a pagar por haber robado.

Espórrigan, a 21 de noviembre de 2008

2 comentarios:

Jurdan dijo...

Debió ser duro, sí, pero ¿qué ocurre en el final de la historia? No nos dejes así, ¡Espárrago!

Cristina Tris dijo...

y me lo pierdooooooo!!!!!!!!!!!!!
joooo